Astronomía con alma | Arte, cultura, ciencia y astroturismo en Madrid

Las Moiras o Parcas, Giorgio Ghissi, 1558-59. Imagen de dominio público.

Hilando los destinos del universo: el huso de Ananké y la arquitectura celeste en Platón

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Sobre esta publicación

Edita: El Nocturnario®

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  • Mario López

 

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Cuando se contempla el cielo nocturno, podemos notar que las estrellas parecen dispuestas en un patrón fijo, como si estuvieran bordadas sobre una gran cúpula. Es precisamente por esa cualidad de estabilidad y permanencia que lo llamamos firmamento. Si se observa con atención durante algunas horas, se descubrirá que ese patrón fijo gira lentamente en torno a un punto central: el polo celeste.

En el hemisferio norte, ese centro está bellamente señalado por la estrella alfa de la Osa Menor (α Ursae Minoris), la célebre Polaris, guía luminosa de navegantes durante la era dorada de la exploración marítima. En el hemisferio sur, aunque no hay una estrella exactamente en ese sector, la majestuosa Cruz del Sur (Crux), cual vigía celeste, apunta con precisión hacia ese punto invisible, y ha sido, por siglos, una constelación clave para los exploradores de los océanos australes.

Fotografía circumpolar con la estrella Polar y las constelaciones circumpolares a su alrededor
Estrellas del sector circumpolar, fotografía de 15 minutos de exposición, cerca de la ciudad de Sisseton, EEUU. Fuente Wiki commons

Ese polo, ese centro inmóvil en torno al cual las estrellas parecen danzar eternamente, ha sido objeto de atención y asombro desde los albores de la humanidad. Posiblemente representado en espirales talladas en piedra, en danzas rituales de movimientos circulares, y más claramente en los mitos de las grandes civilizaciones, como la egipcia, donde el polo y el cielo circumpolar eran considerados un espacio sagrado: el lugar del descanso eterno de los faraones.

También en el mundo griego encontramos una interpretación de este movimiento celeste, no solo como un fenómeno bello, sino como una imagen cargada de sentido simbólico y gran potencial didáctico para la filosofía. Y nos llega de la mano de uno de los más insignes pensadores de la Hélade: Platón.

En un pasaje final de su famosa obra La República, casi como un agregado mitológico, el filósofo ateniense relata el “Mito de Er, que cierra el décimo y último libro de La República. En él se narra el viaje de Er, un guerrero que muere en combate, pero retorna a la vida para contar lo que vio en el más allá. Allí observa cómo las almas, tras un ciclo de recompensa o castigo, eligen su próxima vida antes de reencarnar. Este relato, además de abordar el destino de las almas y las consecuencias de sus acciones, contiene un elemento de especial interés astronómico: la descripción de una maqueta móvil del cosmos.

Allí el filósofo expone el orden del universo mediante una analogía creativa y didáctica, pero a la vez bastante potente en lo simbólico, nos dice que el cosmos y su orden se parece a un gran huso que gira sin cesar.

Pero antes, y para poder entender bien la analogía platónica, es necesario que expliquemos que es un huso.

El arte de hilar: una técnica milenaria con valor simbólico

El huso es un instrumento antiguo y universal, utilizado por culturas de todo el mundo y en todas las épocas para hilar, vigente incluso hoy en algunas partes del globo. Con él se tuerce la lana para generar las hebras con las que se elaborarán los tejidos. Su estructura básica consta de tres partes: una vara delgada (el eje), una base pesada (la tortera) y a veces un gancho en el extremo superior del eje. El funcionamiento es simple: el huso gira sobre sí mismo, como una peonza impulsada por la mano hábil de la hilandera, para que, gracias a esa fuerza rotatoria, se trence la lana.

Hilandera utilizando un huso, Cusco Perú. © Centro de textiles tradicionales del Cusco.
Hilandera utilizando un huso, Cusco Perú. © Centro de textiles tradicionales del Cusco.

De hecho, se han encontrado innumerables husos de terracota de la época clásica. Lo que es evidencia de su extendida utilización. Es más, según expertos, una de las responsabilidades más importantes de las mujeres en la época del filósofo era la preparación de la lana y el tejido de telas. Por ejemplo, en una vasija grabada del periodo clásico se observa a mujeres que están confeccionando tela de lana. Se aprecia a dos mujeres que trabajan en un telar vertical. Tres mujeres que pesan lana. Y también dos mujeres que hilan lana con un huso.

En tiempos de Platón era un instrumento de utilización muy común. Gracias a los hallazgos arqueológicos y las representaciones en vasijas y murales sabemos cómo era la apariencia de los husos en la Grecia clásica. Según Beatrix Nutz, arqueóloga de la Universidad de Innsbruck y propietaria del huso griego de madera de la siguiente imagen, señala que este huso, a pesar de ser moderno, sería muy similar a los de tortera de terracota de la época clásica griega, pues la forma del instrumento no varió significativamente al pasar de los siglos. 

Huso griego moderno. Se aprecian: el eje del huso, su tortera y el gancho. c. XiX - sXX. Gentileza de Beatrix Nutz. ©B.Nutz 2012
Huso griego moderno. Se aprecian: el eje del huso, su tortera y el gancho. c. XiX - sXX. Gentileza de Beatrix Nutz. ©B.Nutz 2012
Detalle de un lekythos de terracota (ca. 550–530 a.C.). Imagen de dominio público. Fuente: Metmuseum.org
Detalle de un lekythos de terracota (ca. 550–530 a.C.). Imagen de dominio público. Fuente: Metmuseum.org

Pero no es solo debido a su amplia utilización que Platón lo toma como modelo para explicar el orden cósmico, sino que lo más relevante es su forma y funcionamiento. De hecho, es muy probable que la asociación del huso al cosmos sea anterior al propio Platón, y que este haya recogido antiguos símbolos presentes en las tradiciones órficas o en saberes reservados, para convertirlos en una representación ilustrativa del universo.

El huso como maqueta cósmica

Vayamos al núcleo del asunto: la analogía que Platón nos propone es que el cosmos sería algo así como un gran huso compuesto por ocho torteras, que recordemos es la parte baja que tiene el peso del aparato, encajadas unas dentro de otras como vasijas, para formar una gran tortera compacta, como si fuera la mitad de una esfera sólida. Veamos cómo describe Platón, con notable detalle técnico y simbólico, esta compleja estructura:

“Desde los extremos se extendía el huso de la Necesidad, a través del cual giraban las esferas; su vara y su gancho eran de adamanto, en tanto que su tortera era de una aleación de adamanto y otras clases de metales. […] Su estructura era como la de las torteras de aquí, pero Er dijo que había que concebirla como si en una gran tortera, hueca y vacía por completo, se hubiera insertado con justeza otra más pequeñas como vasijas que encajan unas en otras, […] Eran, en efecto, en total ocho las e torteras, insertadas unas en otras. mostrando en lo alto bordes circulares y conformando la superficie continua de una tortera única alrededor de la vara que pasaba a través del centro de la octava. […] El huso entero giraba circularmente con el mismo movimiento, pero, dentro del conjunto que rotaba, los siete círculos interiores daban vuelta lentamente en sentido contrario al del conjunto” (República Cap. X)

De esta forma cada una de esas torteras representa un nivel orbital correspondiente a los siete astros errantes del modelo antiguo: la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno, más la octava esfera de las estrellas fijas. Todas girando alrededor del eje, a distintas distancias, velocidades y ritmos. Generando un movimiento coordinado como si fueran los engranajes de una gran maquinaria cósmica que no gira al azar, sino con un ritmo preciso y armónico.

En términos específicos el filósofo ateniense nos propone la siguiente secuencia de cuerpos celeste en su modelo desde la órbita más interna hasta el último nivel:

  • De la Luna, la más interna
  • Del Sol
  • De Venus
  • De Mercurio
  • De Marte
  • De Júpiter
  • De Saturno
  • De las estrellas, la más exterior


En general, en las diversas maquetas cósmicas del mundo clásico, se seguía este orden, aunque había variaciones en las ubicaciones del Sol, Venus y Mercurio, ya que estos planetas parecen moverse juntos en el cielo. En definitiva, lo que nos propone Platón que nos imaginemos es algo como lo siguiente:

Imagen interpretativa y aproximada del huso de la necesidad en el mito de Er. Imagen del autor (Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0)
Imagen interpretativa y aproximada del huso de la necesidad en el mito de Er. Imagen del autor (Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0)
Esquema interpretativo de las torteras y sus anchos según el texto platónico. Imagen del autor (Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0)
Esquema interpretativo de las torteras y sus anchos según el texto platónico. Imagen del autor (Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0)

Lo más fascinante es que esta imagen no es meramente poética. Refleja una comprensión bastante acabada del cielo en su época como una estructura esférica, organizada y en rotación constante. De hecho es la primera vez en la que se presenta un modelo orbital de los planetas explicitamente. Lo más probable es que este esquema sea una evolución perfeccionada tanto de la astronomía milesia, el mundo pitagórico y la herencia oriental de egipto y babilonia. Pero es la fuente más antigua escrita que nos ha llegado de un modelo con órbitas concéntricas alrededor del centro del universo, que en ese tiempo era la tierra.

 En resumen, el huso es una representación que se utiliza como una figura metafórica para explicar el movimiento rotatorio del universo con las órbitas planetarias. Ese eje central, translúcido como el adamanto, colgado su gancho posiblemente del polo, se extiende desde él hasta el otro extremo de la esfera, representa simbólicamente el principio de todo el movimiento, un eterno girar que condena a todos los seres de la creación a nuestro ineludible destino.

El simbolismo del axis mundi

Como lo adelantamos, esta maqueta cósmica no está allí solo como un excelente modelo del universo, sino que también es utilizada por el filósofo como una suerte de escenario cósmico donde se despliegan sus ideas metafísicas y morales, todo ello impregnado de un simbolismo profundo. Y no solo por Platón pues este giro eterno, que ordena y a la vez sostiene, es de una potencia simbólica que trasciende culturas. De hecho, las tradiciones lo identifican con el axis mundi, el “eje del mundo”.

Ya señalamos a Egipto, pero también en culturas tan distantes como las de Sudamérica precolombina hay registro de ello. Por ejemplo, algunos investigadores sostienen que el cultrún (tambor sagrado del pueblo mapuche) presenta en su decoración la rotación de la cruz del sur alrededor del polo en cuatro momentos del año del cielo austral. Por otra parte, en la mitología europea nórdica, el árbol cósmico Yggdrasil se alinea con este eje celeste que conecta los nueve mundos.

Dibujo del tambor mapuche (cultrún)con 4 posiciones de las estrellas alrededor del polo sur celeste. ©Ramon Daza2016
Dibujo del tambor mapuche (cultrún)con 4 posiciones de las estrellas alrededor del polo sur celeste. ©Ramon Daza2016

Existen muchos otros ejemplos de ideas simbólicas en las mitologías universales relacionadas con el axis mundi. No existen pruebas de que todas estas representaciones aludan directamente al polo celeste, pero sí evidencias de su estrecha relación simbólica. Mircea Eliade, el gran mitólogo rumano, realiza una exhaustiva revisión de estos simbolismos relacionados alrededor del concepto de axis mundi como: el pilar estabilizador, el pilar que sostiene el cielo, el centro del mundo, la escalera hacia los cielos, el puente entre los mundos, universalis columna, etc. Por ejemplo, en su libro “Lo sagrado y lo profano”, señala que para “los islamistas el lugar más elevado de la tierra es la Caba, puesto que la estrella polar testimonia que se encuentra frente al centro del cielo”.

Según este autor, el axis mundi simboliza la conexión entre la Tierra y el Cielo, actuando como eje de comunicación entre lo divino y lo terrenal. Representa a la vez estabilidad y eternidad, pero también el principio de movimiento que articula los distintos niveles del universo: el mundo superior, la Tierra y las regiones inferiores. Es considerado el centro del mundo, con manifestaciones culturales como árboles sagrados, montañas o columnas. Además, su correspondencia con el polo ha guiado la arquitectura de templos y estructuras rituales alineadas con puntos cardinales o cuerpos celestes. Estas características hacen del axis mundi un símbolo universal, presente en múltiples tradiciones, y posiblemente también en la cosmología de Platón, quien lo integra en su concepción del orden cósmico.

El cielo que gira no es solo un espectáculo astronómico: es un símbolo de orden, permanencia y conexión entre mundos. Platón parece haberlo entendido así. Su cosmos no es caótico, sino organizado en torno a este eje invisible, eterno y necesario.

Ananké y las Moiras: el hilo del destino y la elección del alma

En el relato platónico el huso lo mueve la poderosa Ananké, la diosa Necesidad, mientras lo sostiene sobre su regazo. Ya Parménides, uno de los primeros filósofos en concebir el cosmos como una esfera cerrada y autosuficiente, había sugerido que el orden del universo se sostenía por esta diosa, fuerza inmutable que impedía todo desvío. Platón, en el “Mito de Er”, une astronomía y filosofía en una imagen profundamente simbólica: el movimiento del cosmos no es caprichoso, sino necesario. Y dentro de ese giro universal, giramos también nosotros, pues habitamos literalmente bajo su regencia.

A su lado están las Moiras, las hilanderas del destino: Cloto, que hila el comienzo de la vida; Láquesis, que mide su duración; y Átropos, que corta el hilo cuando llega su fin. 

Con ello Platón presenta una conexión profunda y simbólica entre el universo y las vidas individuales pues conecta las almas humanas con el cosmos y sus movimientos. El mito señala que, antes de nacer, cada alma elige el tipo de vida que llevará. No es un destino impuesto por los dioses, sino consecuencia de nuestras propias decisiones.

“No os escogerá un demonio, sino que vosotros escogeréis un demonio… la responsabilidad es del que elige, Dios está exento de culpa.”
(República, X.617e)

Esta escena es profundamente simbólica. El alma escoge su vida junto al huso, en presencia de las Moiras y de Ananké. Y una vez tomada la decisión, el hilo se integra al movimiento eterno del cosmos. El mensaje es claro: nuestras elecciones importan. Son libres, pero sus consecuencias se atan al tejido del universo como parte de un orden mayor.

Todo acto tiene su resonancia, toda elección su desenlace. En ese sentido, la astronomía platónica no es solo un modelo físico: es también una brújula moral.

Las Moiras o Parcas, Giorgio Ghissi, 1558-59. Imagen de dominio público.
Las Moiras o Parcas, Giorgio Ghissi, 1558-59. Imagen de dominio público. Fuente: Metmuseum.org

El cosmos como espejo del alma

El universo de Platón no es solo una extraordinaria maqueta móvil celeste: es un espejo del alma humana. Nos hace recordar ese antiguo aforismo hermético: como es arriba, es abajo. Pues en su giro constante, el huso del mundo refleja algo más que estrellas y planetas. Refleja nuestras decisiones, nuestras elecciones y sus consecuencias. El cosmos no gira por azar, gira porque debe girar. Gira porque Ananké —la Necesidad— así lo hace girar.

“Ananké y sus hijas las Moiras”. Lechevallier-Chevignard, 1857. Ilustración para una edición moderna de la obra de Platón La República. Dominio Público.
“Ananké y sus hijas las Moiras”. Lechevallier-Chevignard, 1857. Ilustración para una edición moderna de la obra de Platón La República. Dominio Público.

Al colocar esta analogía eje en el centro del mito, Platón no está haciendo astronomía moderna, pero tampoco está hablando solo en metáforas. Está revelando algo esencial: que el orden del universo y el orden de la vida humana están profundamente entrelazados. Que lo astronómico y lo moral, lo visible y lo invisible, se reflejan mutuamente.

Bajo la rotación de las esferas, las almas escogen su camino. Bajo la estrella polar, las civilizaciones orientan sus templos, sus ritos y sus esperanzas. El eje del mundo no solo une cielo y tierra: une también destino y libertad.

Quizás por eso Platón no separó nunca ciencia y filosofía, ni matemática y mito. Porque el cielo que gira no es solo un mapa: es una enseñanza. Y si miramos con atención, entre las luces de la noche, podamos vernos dentro de ese gran huso girando, trenzando las vidas. Y si tenemos suerte, veremos la mano justa de la diosa impulsando el giro inevitable del universo.

Bibliografía recomendada

  • Eliade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidós.
  • Moreno, J.-C., & Palacios Céspedes, C. (2021). La cosmología científica desde la Antigüedad griega hasta Copérnico (1) [Preprint]. ResearchGate. https://www.researchgate.net/publication/357392206
  • Platón. (1988). Diálogos IV: República (C. Eggers Lan, Trad.). Madrid: Editorial Gredos.
  • Pozo Menares, G., & Canio Llanquinao, M. (2016). Wenumapu: Astronomía y Cosmología mapuche. Santiago de Chile: Ocho Libros Editores.
  • Schils, G. (1993). Plato’s myth of Er: The light and the spindle. L’Antiquité Classique, 62, 101–114.

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